Historia de la camiseta mágica
Según contó Alfredo di Stefano en su autobiografía del año 2000, la camiseta número nueve original que llevaba durante su etapa cómo jugador era tan grande que le sobraba tela por todos los lados. Cómo estaba harto de tener que arremangarse durante los partidos, un día decidió cortar por lo sano, se armó con unas tijeras y recortó los puños para ajustarse las mangas a la altura de sus muñecas.
El astro argentino quedó satisfecho con el resultado, pero no así el utillero del equipo, Peris, que según parece mandaba bastante en la institución. Peris se quejó a Santiago Bernabéu y este fue a pedirle explicaciones a la Saeta rubia: “Me dicen que estás rompiendo los juegos de la equipación”, dijo Bernabéu. Al principio Alfredo protestó diciendo que ya podrían haber hecho las mangas más cortas, pero entonces cayó en la cuenta de un dato: “Pero bueno, ¿es que aquí hay otro nueve que no sea yo?”. La camiseta no era por tanto propiedad del Real Madrid, sino de Di Stefano.
Y esto era tan así que durante años el diario bilbaíno «La Gaceta del Norte» se pudo permitir boicotear el nombre del jugador argentino sin renunciar a su función informativa, limitándose a escribir en la alineación «El Nueve» o «el delantero centro de costumbre». Algo que seguramente sólo podía funcionar con tan pasmosa efectividad con Alfredo Di Stefano.
“Y el Santiago Bernabéu, me quedé mirando preguntándome si era de verdad. Lo mismo me pasó con Alfredo di Stefano, para mí era Dios”, Sandro Mazzola.
Dos años después de que Di Stefano y «La Gaceta del Norte» firmasen la paz se produjo en el vestuario blanco otra reacción furibunda del futbolista, similar a la que le había metido en un lío con los del diario norteño. En aquel día se jugaba contra el Zurich suizo, y Alfredo Di Stefano aprovechó el descanso para meter las muñecas en agua fría porque le dolían. Entonces, el vicepresidente Saporta entró en el vestuario acompañado por un chico joven, muy alto y rubio, al que Di Stefano no hizo ni caso, pero cómo al salir el chaval oyó que este le decía a los jugadores: “Hay que seguir sudando la camiseta”. El argentino se volvió hacia él y le contestó: “Ché, andate a cagar”.
El chico se llamaba Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, y luego le harían Rey de España.
A aquellas alturas de la película, la camiseta con el número nueve, la de Di Stefano, parecía estar imbuída de algún poder sobrenatural, pues todo el mundo la quería. “Lo que más me emocionó fue que Don Alfredo Di Stéfano me regaló su camiseta”, dijo Eusebio, el del Benfica, ya en su vejez y refiriéndose a la final de Copa de Europa de 1962. Y otro tanto intentó el también rival Sandro Mazzola, aunque éste tras la final de Copa de Europa de 1964.
Se ve que al pobre Di Stefano, además de ganarle aquellas dos finales, parecía que todos querían quitarle hasta la camiseta, aunque el bueno de Mazzola al final se quedó con las ganas. Por el camino le interceptó otro mito del Real Madrid, Ferenc Puskas, que le ofreció la suya propia diciéndole: “Yo jugué contra tu padre. Tú eres digno de él. Te regalo mi camiseta”. Y ahora esa zamarra del húngaro es la favorita de la colección del italiano.
Es algo bonito, porque nos podríamos atrever a asegurar que tanta pasión por la camiseta tenía algo de reencuentro con el padre desde el principio. Después de todo, cuando Sandro quiere explicar el cómo jugaba su padre siempre acaba diciendo: “Era más o menos como Di Stéfano”. Incluso el gesto que caracterizaba a Valentino Mazzola era arremangarse la camisa cuando iban mal dadas, así que lo del padre y la camisa siempre fue algo que había ido junto.
“Para llevar este escudo hay que sudar la camiseta. Di Stefano”. Pancarta enarbolada por la grada de animación del Real Madrid.
Al final con la camiseta de Di Stefano pasó lo que quería Peris: que se la quedó el club. Y los que vinieron a sustituirle, cómo el gallego Amancio, empezaron a decir que Di Stefano les había contado que el secreto estaba en la transpiración; porque según Amancio, si no sudabas la camiseta Di Stefano no te dejaba ponerte una con el escudo del club. Pero estos dos, Di Stefano y Amancio, nunca se ponían de acuerdo sobre esta anécdota, y el argentino le replicaba que lo que había pasado es que Amancio le había tirado un pase al linier -que en aquella época también iba de blanco-, y Di Stefano a voz en grito le había dicho que sus compañeros eran los que llevaban el escudo.
Pero ya fuese por efecto del sudor o por darle bien los pases a los compañeros, lo cierto es que la camiseta parecía seguir siendo mágica. Los periodistas hablaban y hablaban sobre la mejoría que experimentaban los jugadores que se la ponían (y que pasaban luego un par de días en el vestuario). Y esas habladurías hoy podrán sonar a cuento chino, pero había algún fondo de verdad en ello. Cuando el jugador José Antonio Camacho se lesionó en 1978 y se lo llevaron para operarse en París con el doctor Judet, recibió la visita de un corresponsal español que se sorprendió mucho al verlo, porque decía que le encontraba mucho más pequeño y frágil que cuando le había visto en el campo.
“¿Le parezco más grande en el campo?”, dijo Camacho. “Sí, debe ser una impresión”, contestó el periodista. “No es una impresión. Es la verdad. Todos somos más grandes vestidos del Real Madrid”. Y el periodista quizás no se lo creyó del todo, pero se quedó con la copla, y 10 años después cuando le escuchó al entrenador del Oporto decir que del Madrid lo que le preocupaba era su camiseta le empezaron a encajar todas las piezas. La camiseta funcionaba en dos direcciones. Le daba algún tipo de seguridad a los que la llevaban y, de algún modo, también intimidaba a sus contrincantes.
Quizás a un nivel inconsciente todos creían que aún la vestía Alfredo Di Stefano.